Su preocupación iba en aumento pensando en la suerte que el muchacho podría haber corrido. De regreso a la posada, vió que en la Plaza de San Isidoro la gente comentaba el milagro del muchacho. Y entonces raudo y veloz volvió de nuevo a la prisión. Esta vez le abrieron el calabozo y pudo ver que era su protegido. Alabado sea el Señor, dijo Somoza. Eres tu !. Si señor, en la iglesia donde he entrado un Señor muy elegantemente vestido me ha curado. Sabido esto el Señor Obispo, organizó una procesión a la que acudieron cientos de leoneses, y al mismo tiempo se hicieron repicar las campanas de la ciudad.
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