El Bar Benito, el de toda la vida ha sabido resistirse a la formica, las luces de iodo y las mesas de diseño galáctico. Fruto de la casualidad o del saludable inmovilismo decorativo de sus dueños, vaya usted a saber, todavía conserva un largo mostrador de mármol, con canaleta para el vino sobrante, unas paredes oscurecidas por el tiempo y los humos (aunque estas paredes recientemente han claudicado al color de los tiempos, de tal forma que parece Benito´s pub), y unas mesas alargadas que hacen que éste sea, por encima de todo, un bar social, solidario y convivencial. Aquí es imposible el individualismo, quien entra tiene que compartir espacio, olores, conversaciones, y si se tercia un chato de vino, que ya no se sirve en vaso de cristal grueso, como antiguamente sino en uno de duralex, que alguna concesión hay que hacer al progreso (ésta y la de las paredes).
Francisco Umbral frecuentó en su día de estancia y trabajo en León este establecimiento y escribió una columna que los propietarios conservan debidamente enmarcada. Desde entonces muchos y de muy variado pelaje han sido los personajes que han pasado por el bar, unas veces para hablar, otras veces para conspirar, otras para mercadear, pero casi siempre para degustar el chicharro de tino, las aceitunas negras o las sardinas en escabeche, servidos con amabilidad por Benito (o sea, Alfredo, o sea mi padre), siempre con su mandilón y una rodea al hombro. Vamos de lo más tabernario en el mejor sentido de la palabra. Nada que ver con esos camareros acartonados, circunspectos, con chaquetilla lavada con Ariel ultra que ejercen el oficio en las cafeterías "modelnas".
Hace años, el Benito, que tiene tanta historia como los restos arqueológicos sobre los que se asienta, en una esquina de la Plaza Mayor, fue también un lugar muy deportivo. Era uno de los pocos establecimientos en que los leoneses podían tramitar sus quinielas y, consecuentemente, su esperanza de una vida más desahogada. Precisamente, para facilitar el seguimiento de las jornadas futbolísticas el bar disponía de una pizarra en la que se iban anotando, puntualmente, los resultados de los partidos de fútbol, que eran seguidos por un operario a través de un aparato de radio. Entonces no había ni transistores, ni compactos, ni walkman de esos; había aparatos de radio de gran formato, ojo mágico y válvulas incandescentes con la firma de Marconi o Telefunken.