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Es un producto de confitería, delicado, pero de un sabor exquisito. Un dulce de color crema, tostado por su parte superior, y de textura similar a la de un flan, blanda y cremosa.
Se utilizan materias primas de gran calidad en la que solo intervienen las yemas de huevo, azúcar y agua. El éxito de este dulce es la perfecta combinación entre el dulzor y la yema.
Debido a lo delicado de su consistencia, se suele presentar en cajas de madera; la yemas en papel ligeramente engrasado o parafinado, y suelen venir una docena por caja en una sola capa, ya que no se pueden poner amontonadas.
La base para su fabricación podemos decir que es la misma que el conocido tocinillo de cielo, lo único que se presenta en porciones más pequeñas que este. La fórmula ha pasado de padres a hijos, siendo una tradición familiar, en la mayor parte de los casos, la elaboración de estos dulces.
Al igual que le pasa a los Imperiales de la Bañeza, su comercialización es bastante local, y no son fáciles de encontrar fuera del ámbito de la Bañeza. Su delicada conservación, necesitan de un lugar fresco y seco, le hacen ser un producto bastante delicado.
Aunque es un producto exquisito, no goza de la popularidad que se merece. Este dulce es ideal para tomar acompañado de algún tipo de bebida, un café, un té, etc. debido a que es un poco dulzón y empalagoso si se toma en gran cantidad. Desde luego si visita León no debería dejar de probarlo.
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